Aprendemos haciendo

/ /


//

En el mundo de la enseñanza, hay una metodología que sintetiza una verdad poderosa: el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP). Su principio es claro: se aprende haciendo. Y quienes trabajamos en edición —aunque no estemos en un aula— sabemos que esa máxima nos representa.

Cada libro que editamos es un nuevo proyecto, y también un nuevo maestro. Ninguna obra es igual a la anterior. Ningún autor, ninguna institución, ninguna trama editorial se repite. Por eso, además de la formación indispensable y la red de colegas que nos acompaña y sostiene, aprendemos ejercitando el oficio, página a página.

En la edición, el aprendizaje no es un curso con inicio y final: es un trayecto continuo. Con cada manuscrito, ganamos mirada, criterio, recursos, preguntas.

¿Y cómo lo sabemos? Porque a veces abrimos trabajos antiguos —esos primeros libros que nos enorgullecieron tanto— y sentimos una punzada. «¡Ay, cómo dejé pasar esto!» pensamos. O nos da un poco de vergüenza. Y esa sensación, lejos de desanimarnos, es la mejor señal de que hemos crecido profesionalmente.

No lo decimos solo nosotros. En una entrevista famosa, a Borges le preguntaron qué pensaba de algunos de sus libros anteriores. Para cada uno de ellos, sus respuestas fueron breves y brutales: «Un bochorno. Algo para olvidar».

No lo decía con desprecio, sino con esa humildad lúcida que reconoce que el oficio es una curva en ascenso. Que mirar atrás y notar las imperfecciones no es fallar, sino haber avanzado.

Por eso, cada proyecto importa. No solo por el resultado, sino por todo lo que nos deja como editores. Porque en edición, como en ABP, no hay aprendizaje sin obra.