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La narrativa que despierta memorias: un homenaje en el Día del Abuelo
Hay narraciones que no solo se leen, se sienten. Historias que nos atraviesan sin pedir permiso, despertando recuerdos, reconectándonos con emociones que creíamos olvidadas. La literatura tiene ese poder: el de hacernos ver lo esencial con nuevos ojos, de revelarnos verdades íntimas a través de otros personajes, otras vidas.
En La sonrisa etrusca, José Luis Sampedro nos ofrece una de esas historias. La de Salvatore, un anciano endurecido por la vida que, al conocer a su nieto recién nacido, se permite, por primera vez en mucho tiempo, entregarse a la ternura. La novela es un canto a la vida en su ocaso, pero también al amor que nace cuando se aprende a mirar con el corazón.
Y es imposible no pensar en nuestros propios abuelos al leerla. Pero también, en un giro aún más conmovedor, en nuestros padres cuando los vemos convertirse en abuelos. Ese momento tiene algo de magia: ver a quien nos crió volcar ahora su amor en nuestros hijos es como una doble revelación. Es volver a ser niños, pero también ser testigos de una nueva forma de amor que se transmite, se reinventa, y nos recuerda de dónde venimos.
Hoy, en el Día del Abuelo, celebramos no solo a quienes nos contaron historias al oído o nos esperaban con dulces escondidos en el cajón. Celebramos también a esos padres que, en su rol de abuelos, nos devuelven una versión ampliada y más sabia de sí mismos. Ellos, que ahora acompañan a nuestros hijos en sus distintas etapas —con escucha, con humor, con consejos que solo da la experiencia—, nos enseñan que el amor tiene memoria, y que la ternura es un legado que se transmite de generación en generación.