Después de escribir y releer un texto varias veces, es natural sentir que está terminado. Las ideas fluyen, las frases suenan bien, y todo parece en orden. Pero hay algo que casi siempre se escapa: el sesgo de quien lo escribió.
Quien escribe conoce tan bien lo que quiere decir que, al revisar, su mente llena automáticamente los vacíos, corrige mentalmente lo que está mal y pasa por alto pequeñas (y no tan pequeñas) imperfecciones. A esto lo llamamos “ceguera de autor”.
¿Por qué ocurre?
Porque al escribir no solo ponemos palabras sobre la página: también construimos un mapa mental de lo que queremos comunicar. Al releer, nuestro cerebro se apoya en ese mapa —en lo que sabemos que quisimos decir— y no siempre en lo que realmente está escrito.
Ahí es donde entra en juego el ojo externo. Una lectura ajena, y especialmente la de alguien con formación editorial, aporta una mirada fresca, objetiva y entrenada. Esa mirada puede detectar:
Errores gramaticales y de puntuación que se nos escaparon.
Incoherencias en la estructura, el tono o el ritmo del texto.
Frases que, aunque suenan claras para quien las escribió, pueden resultar ambiguas o confusas para otras personas.
Más allá de la corrección técnica:
Un buen trabajo de edición no se limita a señalar errores. También propone mejoras, potencia la claridad y coherencia del texto, y acompaña al autor en el proceso sin borrar su estilo ni su voz original.
En Tres Huellas creemos firmemente en el poder de esa mirada externa: es la llave que transforma un buen texto en un texto claro, fluido y memorable.
Porque escribir es crear, pero editar es pulir para brillar.