El juego más valiente: una mirada al Día del Padre

»»

«No hay palabra ni pincel que llegue a manifestar amor de padre» (Mateo Alemán, 1547-1614)

Hay padres que enseñan con palabras, y hay otros que enseñan con actos. Con gestos silenciosos, con la fuerza de la ternura, con la valentía de estar. En La vida es bella (1997), la inolvidable película de Roberto Benigni, esa lección toma forma en Guido, un hombre común que se convierte en héroe sin capa ni armas, solo con amor.

Guido no puede evitar que la guerra lo arrastre junto a su familia a un campo de concentración. Pero sí puede —y lo decide— proteger a su hijo del horror. Lo hace como sabe: contando historias, creando un juego, dibujando sonrisas donde hay miedo. En un mundo que se desmorona, él sostiene uno nuevo, imaginario, donde su hijo pueda seguir creyendo que la vida, incluso allí, puede ser bella.

Esa es quizás una de las expresiones más poderosas de la paternidad: transformar el dolor en un escudo invisible. No se trata de negar la realidad, sino de ofrecer algo más fuerte: una visión del mundo donde el amor siga siendo posible.

En nuestras casas también conocemos a ese padre, el que levanta mundos con lo que tiene a mano: trabajo, silencios compartidos, una risa en el momento justo, un consejo seco pero certero. Padres que sostienen, que no siempre dicen “te quiero”, pero lo demuestran cada día.

Este Día del Padre retomo La vida es bella para recordar que hay muchas formas de cuidar y que, a veces, la más heroica es la más callada. Tal vez hoy sea un buen momento para agradecer esa forma de amor: la que se disfraza de juego, de esfuerzo cotidiano, de presencia firme. Porque en medio de la adversidad, hay gestos que, como los de Guido, hacen que la vida —sí— siga siendo bella.