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Y sí, puede sonar como un golpe directo al ego creativo. Pero si miramos más de cerca, encierra una verdad profunda y liberadora: escribir bien no es un acto solitario, ni perfecto a la primera. Es un proceso. Uno que, más veces de las que imaginamos, necesita ser repensado, corregido, reescrito. Y eso no solo es normal, sino necesario.
No hay debilidad en volver sobre lo escrito. No hay derrota en reconocer que una estructura no funciona, que un capítulo necesita otra voz, que un personaje se ha quedado sin alma. Lo que hay, en cambio, es coraje. El coraje de seguir afinando, de mirar con honestidad lo que aún no dice lo que queremos que diga.
Y ahí entra algo que a veces olvidamos: no tenemos por qué hacerlo en soledad.
Los manuscritos crecen cuando se dejan leer. Cuando se abren al diálogo con otras miradas, especialmente con aquellas que traen experiencia, herramientas y sensibilidad. Contar con una editora, una lectora crítica, una compañera de camino que sepa dónde ajustar sin romper lo esencial, es un acto de generosidad hacia nuestra propia escritura.
No se trata de corregir errores, sino de hacer crecer la intención. De cuidar la voz. De acompañar el proceso creativo con respeto y oficio.
Así que si hoy sentís que tu manuscrito necesita una cirugía mayor, recordá esto: no estás sola, no estás solo. No es una señal de que fracasaste. Es, quizá, la mejor señal de que estás escribiendo algo que vale la pena trabajar.
Creo profundamente en eso: que las palabras encuentran su mejor forma cuando se escriben y reescriben en compañía.