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Hoy me pidieron que recomendara un libro, pero que no lo pensara mucho: el primero que me viniera a la cabeza. No el más importante; no el más famoso...
Y enseguida pensé en Seda.
Hay libros que se leen con los ojos. Seda, de Alessandro Baricco, se lee con el oído interno. Es texto, sí, pero parece música. Las frases son melodías breves, repetidas con variaciones mínimas, como un motivo que vuelve una y otra vez, modificando apenas su tono, su pausa, su peso.
La historia es simple, pero Baricco no cuenta solo un argumento, sino que compone una partitura emocional. Cada párrafo es una línea de pentagrama. Cada silencio, una nota suspendida.
La experiencia de lectura se convierte en una forma de sinestesia. Uno ya no sigue la trama —que incluso se diluye, se desvanece, como si no importara—, sino que se deja llevar por el ritmo. El lenguaje se vuelve atmósfera. La repetición, cadencia. El deseo, eco.
Seda no se lee: se escucha.