Cuando el pliego dice «corrección de estilo», no es un detalle menor

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Ayer me presenté a una licitación pública para producir una publicación institucional de un ministerio uruguayo. Hasta ahí, un proceso habitual. Pero algo llamó gratamente mi atención: el pliego especificaba que era imprescindible incluir la corrección de estilo del texto como parte de la oferta, desglosar el costo de ese servicio y, además, adjuntar las credenciales de la persona encargada de realizarlo.

Como profesional y como integrante del colectivo de correctores de estilo de mi país, celebré esta novedad; porque esa indicación no solo evidencia que alguien pensó en la calidad textual del producto final, sino que reconoce que la corrección de estilo es un saber técnico y profesional, que requiere formación y experiencia.

Sin embargo, la sorpresa no terminó ahí. De seis empresas que nos presentamos, solo dos incluimos a un corrector de estilo profesional en nuestras propuestas. Las otras cuatro ofertas adjuntaron currículos de licenciados en comunicación o periodistas para esa tarea.
Y aquí me quiero detener. No se trata de desmerecer otras profesiones. Conozco periodistas y comunicadores con un gran dominio del lenguaje. Pero la corrección de estilo no implica simplemente «escribir bien». Es una tarea con parámetros, saberes lingüísticos, criterios normativos y editoriales propios. En Uruguay, la corrección de estilo es una tecnicatura universitaria que otorga título expedido por la Universidad de la República. Es decir: es una profesión reconocida por el Estado.

Entonces, cuando el Estado convoca a licitación y pide corrección de estilo, es imprescindible entender que quien realice esa tarea sea una persona formada en corrección de estilo. Porque no es un detalle menor. Es una cuestión de respeto por las disciplinas, por los saberes, por la calidad de lo que producimos y por las trayectorias de quienes sostienen este oficio. Y también, por la Universidad de la República, que ha construido y sostenido esta formación profesional desde lo público, con criterios de excelencia y compromiso social.

La visibilización de nuestra profesión no puede depender solo del boca a boca o de nuestras propias redes. Tenemos que contar, también, con los espacios institucionales.

Porque si una palabra mal escrita puede cambiar el sentido de una oración, imaginen lo que cambia cuando no reconocemos el oficio de quien cuida cada palabra.